El estadounidense debuta en el 02 Arena tras la ausencia de 2009 por lesión · Londres, ciudad esquiva
Corría el verano de 2003 cuando un joven estadounidense de apenas 21 primaveras levantaba el Abierto de Estados Unidos. Habiendo ganado títulos a lo largo de los cuatro costados de la tierra prometida, el imberbe insurrecto de Omaha se coronaba en la pista más grande del mundo. Ubicada en la ciudad más brillante del país de las oportunidades, Andy no quiso dejar pasar la suya y parecía dispuesto a dar una decente alternativa a la última gran cosecha sembrada por el Tío Sam: Pete Sampras y Andre Agassi.
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Divisando un inmenso mar de sueños por cumplir desde este lado de la red, quizá no esperaba que aquel coqueto suizo que había osado conquistar Wimbledon en su segunda final sobre hierba fuera a imponer una dictadura deportiva cercenando sus sueños de juventud. El ciclo de vida del circuito siguió su curso y, junto al helvético, el tenis exhaló adicionales dosis de talento encarnado por figuras que terminaron de relegar a un segundo plano al ‘cañonero de Nebraska’.
Como por esporas, se multiplicaron los argumentos de una vieja Europa que vino a reclamar un estatus perdido una década atrás. Posteriormente Nadal y más tarde Djokovic o Murray representaban versiones tan distintas como versátiles del tenis moderno. Todos ellos, dotados por naturaleza de un florido abanico de alternativas, pronto tomaron la medida a la mecanicista puesta en escena del norteamericano, capitalizada por un servicio sobrenatural. Un estilo atemporal, especialmente vulnerable en la edad del fondo de pista.
Recomponer la obra terminada, traicionar patrones de conducta asimilados hasta el tuétano, asumir un rol de aprendiz bajo un corsé de maestro… o morir. Esta era la máxima. Los argumentos esgrimidos hasta la fecha eran insuficientes. No era cuestión de pedir silencio, sino de hacer callar. Desarrollo de tácticas defensivas era la clave. Poder dar respuesta a esos tipos que lamen la línea de fondo cual figura de futbolín.
El peligro del servicio
Aceptando la superioridad de los vástagos de una generación posterior, Roddick abrió el manual por epígrafe de la técnica y emprendió la lectura. Alrededor del imponente grosor de un solitario tronco llamado servicio, fueron emergiendo paulatinamente pequeños brotes que terminaron por conformar un bosque relativamente frondoso. Multitud de virtudes técnicas que le permiten jugar una carta utópica hace años: elección de táctica, rol a desplegar. Aceptando que el traje no hecho a medida sólo serviría para reducir daños, el estadounidense sobrevive honradamente como actor de reparto. Haciendo gala de una regularidad asombrosa bajo la losa psicológica de una carrera reprimida a la sombra de muchos, comparte con Federer la marca de haber logrado, al menos, un título por año las últimas 10 temporadas. Además, ha transitado fuera del Top10 ocho semanas en los últimos ocho años.
Roddick es uranio enriquecido. Ha logrado mantener temporada tras temporada una prodigiosa mecánica de servicio con una aceleración de brazo que le hará pasar a la historia. No obstante, ha difuminado su sello más característico. Como aditivo más significativo a su portfolio, el norteamericano presenta la ampliación su zona de confort, alejando los límites laterales de sufrimiento. A pesar de no disponer de una defensa de fondo exquisita, la añadidura de un revés cortado muy depurado y un trabajado desplazamiento obliga al rival a abrir ángulos o penalizar su defectuoso resto con golpes tan potentes como arriesgados. En el plano ofensivo, el apelativo ‘cañonero’ ha ampliado fronteras, traspasando el territorio del servicio para asentarse en los dominios del intercambio. Sin alcanzar la brutalidad policial en el golpeo de un Soderling o un Del Potro, la relación potencia/control del americano no tiene parangón. Letal con la iniciativa del punto, es capaz de mantener peloteos prolongados a base de martillazos sin buscar las líneas, sosteniendo el margen de error alejado del marco de la raqueta. Dada la rapidez del suelo londinense, una táctica pasiva ante Roddick a la espera de errores no forzados es una sentencia de defunción.
Londres, escenario sobre hierba del vía crucis particular del estadounidense, testigo de sus tres caídas con la cruz helvética a la espalda, recibe por primera vez a uno de sus visitantes más queridos con alfombra de cemento. Lesionado el 2009, llega con hambre de dos años al 02 Arena. Registrando en 2010 un expediente inmaculado (5-0) ante los rivales del grupo A (Nadal, Djokovic, Berdych) en dicha superficie, es una amenaza real a la espera rendir cuentas en la ciudad que más le debe.
Fuente: Marca
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